Para qué sirve un oso

La importante recuperación de la especie y los incidentes con ella

Nicanor Fernández

Apelo a la generosidad del buen cineasta asturiano, Tom Fernández, y hago uso del título de una de sus películas para encabezar una breve reflexión sobre “nuestros osos” al hilo del incidente habido hace unas semanas y en el que se vio involucrada una mujer que, por fortuna, se recupera de forma satisfactoria.

Vaya por delante que nuestra prioridad en las comarcas oseras, sin género de duda, son las personas y su forma de vida. Y como para desarrollar esta no sobran las oportunidades, nuestra apuesta, y contribución en la medida que se halle a nuestro alcance, es contribuir a preservar, y recuperar cuando es posible, una biodiversidad tan imprescindible como útil.

Imprescindible porque sin ella no es que la vida vaya ser peor, sino que incluso correremos un serio riesgo de que no la haya o de que apenas merezca tal nombre a medio plazo. Y útil, porque su uso inteligente es fuente permanente de nuevos recursos y firme soporte de los que ya existen.

Cuando tanto se habla de lo identitario –y no siempre para bien– una de las referencias “fuertes” de Asturias de los últimos 35 años es –seguro que todos estamos de acuerdo– su naturaleza privilegiada y su capacidad para atraer visitantes, entre los que decenas de miles se inclinan por el llamado turismo de naturaleza que practican, cada vez más, de forma respetuosa. Cuantificar el empleo que así se genera, y en especial en áreas de montaña, no es fácil, pero seguro que estamos hablando de miles de puestos de trabajo.

Uno de los principales indicadores de esa naturaleza privilegiada –sino el mayor– es la vida en ella de “nuestros osos”. Con el salmón en dificultades, que son aún mucho más agudas en el caso del urogallo, la recuperación, aun no culminada y por tanto no asegurada, de los osos es un caso de éxito de una sociedad, la asturiana, que sabe que tiene en esta especie no solo un símbolo, sino un importantísimo recurso siempre y cuando se actúe con la prudencia e inteligencia con la que en términos generales se ha hecho hasta la fecha.

Por razones profesionales soy conocedor de lo que cuesta –en recursos, pero también en tiempo– construir una buena “marca”. Y he sido testigo de cómo alguna de estas se han derrumbado en muy poco tiempo y de forma casi irreversible. No es mi deseo generar alarmismo pues la situación hoy no lo justifica, pero sí me gustaría llamar la atención sobre la conveniencia de actuar –todos– con la prudencia necesaria y siempre acorde con hechos y trayectorias contrastadas.

Si bajamos al detalle, en los últimos treinta años solo ha habido en Asturias –sede de la mayor población osera y referencia de la especie en el sur de Europa– un solo incidente en interacción con un humano.

¡¡Uno solo!!!

Y no en un núcleo poblacional, sino a casi medio kilómetro de las casas más cercanas. Con la información disponible, creemos poder afirmar que en modo alguno se trató de un ataque, sino de un encuentro fortuito, desde luego no deseable, en el que animal en su huida, golpeó a quien intuyo que la entorpecía.

¿Señala lo anterior un cambio de tendencia? Rotundamente no en opinión de los expertos –el Comité Científico de la FOA entre otros– como tampoco existe base para estimar que un mayor número de ejemplares propiciara más “encuentros indeseados”, dada la contrastada aversión a los mismos de la especie, para lo que hace uso de su acusado sentido olfativo y auditivo y de que ello es así existen experiencias en áreas geográficas con poblaciones oseras mucho más numerosas que la que nos ocupa.

Pero entonces, ¿de dónde proviene la llamativa alarma provocada?

Vivimos tiempos de aparente sobreinformación que empuja a que cada vez las “emociones” deban ser más fuertes si se quiere llamar la atención y buscamos las aristas en vez del rigor, y la urgencia que margina el conocimiento y la reflexión.

Si a ello unimos intereses económicos carentes de base y legitimidad de quienes solo se representan a sí mismos, por más que se arroguen portavocias sectoriales, podríamos estar en el umbral de la tormenta perfecta capaz de arrumbar lo que con el esfuerzo de muchos, y en especial de los vecinos de las comarcas oseras, se ha sido capaz de construir en un ejemplar, ordenado y fructífero, marco de convivencia.

Hoy día no se puede hablar de “ataques” más que desde el desconocimiento, no se debe calificar de “osos humanizados” a ciertos ejemplares por incidencias puntuales, ni hablar de “osos llocus” salvo que detrás existan intereses de fácil identidad y cuantificación.

¿Nos encontramos entonces en un mundo feliz en este campo en el que nada hay que hacer ya?

En absoluto. Debemos reforzar el seguimiento de la especie y su comportamiento para extraer siempre las conclusiones adecuadas y actuar en consecuencia de forma preventiva. Potenciar las labores de información y extenderlas más allá de los vecinos de estas comarcas que siempre han convivido con ella. Si existen daños es preciso resarcirlos cuanto antes, si bien conviene no olvidar que la “flexibilidad” en esta materia siempre se aplica al que se dice perjudicado por más que el “ruido” haga, a veces, parecer lo contrario. Y su mera existencia, la de los osos junto a otros elementos de especial valor medioambiental, justifica la transferencia de rentas a actividades que de otra forma serían muy difíciles de allegar.

Y por último respaldar el trabajo, tan callado como eficiente, de la Patrulla Oso, de la Guardería y del Seprona quienes disponen de los protocolos y medios adecuados, entre otros muchos agentes públicos y privados, y que han hecho posible que nuestros osos sean la mejor enseña de la mejor biodiversidad y contribuyan de manera decidida a ella y a la economía de unas comarcas en las que, como ya dijimos, las oportunidades no sobran.

¡¡ Nada menos que para eso sirve un oso!!

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